jueves, 17 de marzo de 2016

Su muerte, gracias



Su muerte, gracias, de Abel  Amutxategi Edición digital Libros.com

Una novela que se promociona como novela de  humor y fantasía en la línea de autores como Terry Pratchett o Christopher Moore. Y es precisamente eso; en su línea, mezcla humor macabro con la fantasía realista de la muerte. 



El autor consigue recrear el estilo de Terry Pratchett utilizando comparaciones descriptivas extensas  y con las notas de autor*  y el de Christopher Moore situaciones irónicas que rallan lo absurdo


La historia es original.  No es una imitación del estilo de autores que ya tienen mercado propio, por lo que no es sólo una estrategia de marketing la referencia a estos autores conocidos por muchos.

Abel Amutxategi, el autor, nos presenta a un protagonista que trabaja en una empresa que comercializa con suicidios por encargo.  Este es, Samuel Pinedo que intenta contentar a su jefe y futuro suegro, mientras su prometida Virginia Hasting le solicita que le haga una pedida de mano ajustada a la familia Hasting.

Al mismo tiempo, Samuel, comercializa con la muerte de Hortensia del Valle, su primera clienta, que ha dejado de ser una anciana buscando la muerte y parece mostrar otros intereses a medida que avanza la historia. Y junto a: Sonia Moira, compañera de trabajo; Martín Angulo, excompañero de trabajo y vecino de Hortensia; y el propio Señor Muerte completan un escuadrón de aventuras bastante peculiar.  

Si en Futurama teníamos las cabinas de suicidio aquí tenemos un contrato blindado que una vez firmado es imposible de romper.


¿Existe en la novela una crítica al uso de las nuevas tecnologías, los trámites administrativos, la televisión y/o la religión? ¡¡Leerla!! Y me decís si habéis entendido también esto en los personajes de acompañamiento con los son Jason, el futuro yerno que todo padre de niña bien quiere tener; en Belial, siervo de la muerte maqueado; y en Agustín Salazar  o Maestro Kundalini según se tercie.



«Los labios de Hortensia no estaban demasiado acostumbrados a sonreír, en el mismo sentido en el que un primer ministro no está demasiado acostumbrado a pagar sus copas»

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